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domingo, 8 de agosto de 2010

El miedo y la vida siempre caminan juntos

Una manera útil de sentirnos más humanos es llegar al sufrimiento por voluntad propia. Tu vida gira sobre el mismo eje irreparablemente, pero hay días en los que te sientes más cansado. El peso de la rutina hace que te sientes a pensar sobre la inexistencia de cosas que quisieras abordar, dejando atrás el valor de lo que ya tienes. Hay días que hubieras preferido no haberte levantado de la cama como ridícula idea para parar el tiempo, pues ayer carecías de lo mismo que hoy, pero tu mente necesita sufrir para continuar adelante. Hoy tienes que sentirte inútil y diminuto para mañana creer que estás venciendo a esos pensamientos negativos que te hacen pensar que tu vida podría ser mejorable y así, cambiar esa apariencia inverosímil que te arrastra a estar deprimido. No es sano y mucho menos inteligente, pero sí útil.

Las personas necesitamos saltar obstáculos. Creernos capaces de vencer nuestros miedos, aunque para ello tengamos que engañarnos. Sentimos pavor por lo que los demás piensen, opinen, o murmullen. Tenemos miedo de no llegar a ser lo que realmente quisiéramos ser, o incluso no llegar a respirar nunca el orgullo que desearíamos que sintiera hacia nosotros la persona amada. Miedo al fracaso, o a no ser lo que los demás esperan que seas. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias, o incluso miedo a ser inferior a la persona que tenemos al lado.

La vida es un cúmulo de decisiones pendientes. En un segundo puedes derrumbar lo que en años tardaste en construir. Desde el momento en que nacemos, nuestros padres ya están decidiendo qué tipo de estudios tomarán sus hijos, si irán a un colegio privado o a uno público. Si estudiarán euskera o irán a un taller de informática. Si harán la comunión. Si comerán en el cole o les dará tiempo a ir a buscarlos cada día para ir a comer a casa. Cuando nos hacemos grandes, las decisiones siguen siendo las mismas, lo único que cambia es el nivel de las consecuencias. La vida es sólo una decisión más. Tú mismo decides cuántos sacos de sufrimiento vas a echarle, y cuán feliz quieres llegar a ser.

[AlyShia, un domingo cualquiera]

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